Sabemos que la falta de agua, junto a otra serie de carencias ecológicas derivadas del actual sistema de producción y consumo, será uno de los mayores problemas a los que las generaciones venideras tendrán que enfrentarse. En la actualidad, este fenómeno afecta severamente al tercer mundo, pero en los países cálidos ya sufrimos los efectos de esta eucaristía, resuelta a menudo con infraestructuras faraónicas que dañan de forma brutal los ecosistemas.
¿Podemos revertir esta situación? Una vez más, el desánimo y la perpetuación de malas actitudes heredadas de un pasado sin conciencia ecológica son la espada de Damocles de nuestro entorno; bien es cierto que los Gobiernos y las grandes industrias determinan en gran medida la relación del hombre con su entorno, pero a menudo olvidamos que un gran porcentaje del daño que causamos al Medio Ambiente viene dado por no adoptar, desde nuestra pequeña capacidad de acción como ciudadanos, sencillas y mejores actitudes a la hora de usar los recursos que consumimos.
La aportación individual es ínfima al lado, por ejemplo, del consumo ingente de agua que puede suponer el mantenimiento de un campo de golf en una zona climatológica árida, pero la suma de las individualidades, del conjunto de los habitantes del planeta (especialmente de los países desarrollados, depredadores de la mayoría de los recursos) supone también una gran parte del puzzle que compone el consumo de los bienes, actualmente escasos ante los más de 6.500 millones de humanos que habitamos el Planeta Azul.
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