El Agua es el elemento clave de la Vida en nuestro planeta: todo ser vivo se compone en gran parte de ella (en el caso de los humanos, el porcentaje discurre entre el 95% en estado embrionario y el 60% en un humano adulto, de media), y toda forma de vida la necesita consumir para su existencia. Además es sabido que fue el medio donde se desarrollaron las primeras formas de vida hace aproximadamente 2.700 millones de años, según la teoría más extendida.
Se cree que los elementos que dieron el pistoletazo de salida de la vida fueron el agua, el metano, el amoníaco el hidrógeno. Este Caldo Primigenio, insuflado por energía del Sol (rayos ultravioletas y descargas eléctricas), y tras un largo y complejo proceso, generó las primeras células procariotas. Así lo demostró en 1.953 el experimento realizado por Stanley Miller, retomando las teorías del científico ruso Aleksandr Oparin.
Un reciente estudio del Instituto de Tecnología de Georgia (Atlanta, EEUU) postula que además de los elementos ya citados, hubo además una molécula clave para el desarrollo de la formación del ADN (fuente: Quo).
Otra curiosa teoría, llamada Panspermia, defiende que hay una serie de bacterias presentes en el universo, viajando como diseminadoras de la vida. Esta teoría, formulada por primera vez por el filósofo Anaxágoras en la Grecia clásica se vio apoyada por el hallazgo de un meteorito de origen marciano en la Antártida en el 1.984: el ALH 84001 presentaba evidencias de fósiles bacterianos. Sobre la existencia de esta vida bacteriana, se especula con la hipótesis que la misión espacial Viking encontró este tipo de formas de vida, bautizadas como Gillevinia straata, durante una misión de reconocimiento al Planeta Rojo.
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